Y sin quererlo, pero a través de dos conversaciones con Culturplaza, coinciden en esa emblemática figura del arte que Velázquez jugó a retratar para la posteridad: Las Meninas. Para Genovés, tal y como se lo explicaba a Silvia Llorente, son testigos de “aquello que pasó en cierto minuto, en cierto tiempo”, y el cuadro es lo que lo fija: “La pintura fija esta capacidad de cosas y ponerlas en su sitio, es su única garantía que tenemos de lo que es de la realidad”, como pasara con su emblemática obra El abrazo, y añade: “Todo llega, todo pasa, todo se va. Y el arte siempre está de testigo”. Valdés en cambio, en conversación con Carlos Garsán, confiesa que sus meninas son una manera de enfrentarse a la realidad e interpretarla, igual que haría Sorolla con el mar, y confiesa cómo su trabajo se nutre de todo lo que ya se ha hecho: “No podría fragmentar el cuadro de Las Meninas, coger una cabeza a tres metros, si el pop no lo hubiera enseñado”, matiza.
En esta misma conversación Valdés se presenta como un artista al que el placer le va “en hacer las obras” y que debe disfrutar plenamente de sus momentos de creación artística. Confiesa que Nueva York le sirve para ver a gente distinta y convivir en un espacio en el que la obra va constantemente cambiando, algo que agradece como consumidor y que le libera de la “responsabilidad eterna como autor”. Para el comisario esto se explica también por cuestión de creación artística: “Valdés maximiza su obra y se queda sin espacio en València, queda intelectual decirlo pero se va a Nueva York para explorar nuevos terrenos, donde crea sin ningún tipo de límite”, explica. ¿Y Genovés? diría que “antes jugaba con figuras más grandes, y poco a poco va aclarando la paleta y minimizando a sus personajes”.
A simple vista puede parecer hasta peligroso tener que enmarcar sus creaciones en la sala, el paseo por Galería Benlliure comprende desde toscas esculturas hasta cuadros de botánica de Valdés que aún apoyan en el suelo: “Van entrando cosas nuevas que también formarán parte de la muestra, algunas de lo más diferentes”. Desde el principio del paseo se ve este contraste: un cuadro de Genovés colorido da la bienvenida a los visitantes, mientras una Menina de Valdés se planta en medio de la sala como si fuera una especie de portero, ahí está parte de la gracia.
Para Segrelles la clave está en comprender a los grandes por separado y saber escuchar y comprender con calma su trabajo. En el caso de Valdés negocian siempre con su mujer, con quien llevan a cabo la selección sin que él se inmute, que para el galerista “es lo que tiene que ser”, ya que él estaba “por ahí trabajando y sin preocuparse demasiado por la compra”. En el caso de Genovés un estudio enorme y muchas máquinas rodean a su obra, su intervención y pincelada cada vez única permite mostrar láminas de la misma impresión sobre las que caprichosamente iba cayendo un pegote de pintura encima de cada paseador, dejando que la aleatoriedad ganara: “Cuando alguien compra la obra de Genovés se lleva una intervención única de una serie, compran el número y se llevan con esto algo nuevo”, explica el galerista.
De esta forma escultura, pintura y demás intervenciones se mezclan en una muestra de encuentro en la que cada obra es “de su madre y de su padre”, o en este caso de sus dos padres valencianos. Su conexión es la relevancia que tienen en el mundo: “Son valencianos internacionales, han ido a todas las ferias importantes del mundo y están en las mejores colecciones”, explica Segrelles, “ambos son muy conocidos, aquí lo que hacemos es mezclar las técnicas de ambos y seguir sus intereses hasta lo que quepa”.
Con esto de “lo que quepa” el galerista hace un matiz de cuestión espacial: Valdés por ejemplo lleva años sin hacer gráfica, y ahora se ha pasado a la escultura monumental, que en el caso de València no cabría en una galería ahora. Y con esto el paseo se acaba, tras la conversación las meninas de Valdés se quedan inertes y los paseantes de Genovés siguen su ritmo acelerado dejando un colorido rastro detrás suya.