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Miguel Bou, cuando la música es una cuestión de fe

Miguel Bou está a punto de cumplir cuarenta años como canónigo-tenor de la Catedral de Valencia. Este año ha sido el último que ha cantado el Himno Regional en la Misa de Infantes. Tiene ochenta años y piensa que ha llegado el momento de dejar paso

| 22/06/2023 | 15 min, 15 seg

VALÈNCIA. Miguel Bou avanza por la Catedral a paso marcial. Al llegar al altar mayor, se detiene y, muy solemne, hace una reverencia y se persigna. Luego se gira hacia una capilla y vuelve a inclinarse. Esta mañana se ha vestido de sacerdote y se ha ajustado el alzacuellos vaticano, aunque luego confesará que a él le gusta más ir de paisano. Es la segunda vez en el día que entra en la seo. A las nueve y media, como cada mañana, ha cantado en la misa que se oficia en la capilla del Santo Cáliz. Porque Miguel es el canónigo-tenor de la Catedral de Valencia. Ahí lleva, con la plaza en propiedad, como si fuera un funcionario, casi cuarenta años. Ya tiene ochenta y ha anunciado que no volverá a cantar el Himno Regional en la Misa de Infantes. «Pero yo no me he jubilado. Yo voy a seguir haciendo todo lo demás…».

Este hombre de ochenta años cargados de vigor se muestra serio y algo cortante. Lo primero que hace es sacar varias hojas con todos sus títulos. No quiere entregar una copia, porque eso sería caer en la vanidad, pero luego coge y los lee todos, uno por uno, en una retahíla interminable. Miguel está nervioso y actúa por impulsos. Uno de ellos, mediada la charla, le lleva a ponerse de pie, mandar apagar la grabadora y arrancarse a cantar a pleno pulmón un fragmento de la Gran Jota de La Dolores. Esa es su esencia: un hombre que ha consagrado su vida a la fe y a la música.

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Su familia tenía una fábrica de azulejos en Onda, pero, además, su madre era enfermera del Hospital de Castellón y su padre, que tenía la cruz laureada colectiva por el Desembarco de Alhucemas (una destacada acción militar del ejército español en 1925), trabajaba en la Diputación de Castellón. Los dos murieron, como su hermano mayor, así que solo le quedan su hermana, sus sobrinos y los hijos de estos.

En su casa siempre estuvo presente la música. Su padre era trompeta y le transmitió esa devoción. «Antes de ir a la escuela, yo ya sabía solfa y todo lo que había que saber. En mi casa siempre fue importante la música. Yo empecé a tocar el fagot en la Banda Municipal de Castellón con trece años y estuve hasta los treinta. A los dieciocho años ya tenía el título de fagot y daba clases en el instituto Francisco Ribalta de Castellón».

Cogida de la mano, con la misma fuerza con que le atrapó la música, entró la fe en su vida. Su familia es muy creyente y de chico estaba en Acción Católica. Cuando dejó atrás la niñez y la adolescencia, Miguel Bou, en esa edad en la que uno tiene que elegir su camino y anda cargado de incertidumbres, se hizo una pregunta que le marcó su vida: ¿Quieres ser un tenor famoso o quieres ser otra cosa? «Y yo quería otra cosa, pero seguir cantando. Y así estoy desde hace cuarenta y cinco años cuando me ordené sacerdote en Betxí (en 1977). No tuve la tentación de coger el camino para convertirme en un tenor famoso. Lo del aplauso es una cosa que es peligrosa».

Cantar es algo que adora desde bien pequeño. A los cinco años ya lo hacía en la parroquia. «Tenía una voz de niño, pero se me daba bien. Luego viene el cambio de voz en la adolescencia y hay gente que le aparece la voz y gente a la que no. A mí, por suerte, me volvió. Estudié en el Conservatorio de Música de Valencia». Miguel Bou no eligió el aplauso y la fama, pero sí quiso calibrar el potencial de su voz. A los veinte años, ganó un concurso de Radio Castellón que se llamaba Rumbo a la fama. Luego pasó a cantar en Radio Valencia. Siempre ligado al lírico, la zarzuela, la ópera, la canción española… Los géneros que domina y que le siguen llevando, aún hoy, a dar conciertos en lugares como la Casa de Asturias en Madrid. Pero a los veintisiete años se fue a Moncada para estudiar en la Facultad de Teología y, después de terminar, se ordenó sacerdote.

Siempre fue alguien con brillo. Estudió Bellas Artes, fue premio extraordinario de fin de carrera, premio nacional de canto… Luego vino su plaza como canónigo-tenor o las cuatro décadas como profesor de canto del Conservatorio Superior de Valencia. «Tengo alumnos que están cantando por todo el mundo», presume mientras controla los nervios toqueteando un imperdible. Miguel no deja acabar las preguntas, se lanza a responder cuando todavía le están interrogando. Así que no es posible acabar la frase antes de que el sacerdote arranque: «No es común la figura del canónigo-tenor. La última oposición que se hizo fue la mía, en 1984. Y no sé si en otras catedrales existe esta figura».

Uno de los actos que le han dado más popularidad es la Misa de Infantes, una ceremonia que organiza el Ayuntamiento de València. A él le eligió el hoy difunto José Climent, que en su día era el director de la Orquesta de València. «Antes de mí, el himno lo cantaba un tenor que se llamaba Sansaloni y que tenía una voz preciosa. Climent era canónigo de la Catedral y me pidió que cantara el himno. También lo canté en el 75 aniversario del Himno Regional de Maximiliano Tous (1984) en el ruedo de la plaza de toros acompañado por doscientos músicos».

Una voz elogiada

Bou cuenta que el Himno Regional no tiene mayor dificultad y, como para certificarlo, recuerda que su abuela ya lo cantaba cuando él era un chiquillo. «No es difícil. Cantar el himno no es como cantar una romanza de zarzuela o una canción española. El himno es cantar algo tuyo. Me entra emoción y me genera la tensión necesaria para hacerla desde dentro. Es una cosa muy seria y el himno es precioso. Mucha gente se ha criado viéndome a mí cantándolo en la Misa de Infantes. Y yo tengo bien la voz, pero ya estaba bien y ha llegado la hora de dejarlo». Su sustituto, apunta, será Ignacio Giner, un conocido tenor de Xàtiva: «Es alumno mío y he hablado con él para que me sustituya. Giner canta en el coro de la ópera y ya me sustituyó una vez que le llamé la víspera, porque tuve un accidente de automóvil».

La Misa de Infantes ya es historia para don Miguel que sigue, eso sí, cantando a diario en la Catedral. «Aquí canto todos los días en la misa conventual, algo así como una misa comunitaria en la que participan todos los canónigos. En esa ceremonia hacemos los laudes (el canto primero), la ora tercia y las vísperas. Son las oraciones obligatorias de los sacerdotes. Nosotros lo hacemos en la Catedral. Somos como un grupo de un convento. Es cada día a las nueve y media y está abierta al público. Es el único lugar, junto al Patriarca, donde se hace misa cantada a diario».

Y sigue dando clases particulares. Muchos días, la gente que pasa por la calle Barchilla, la que separa la Catedral del palacio Arzobispal, se sorprende al escuchar que desde las alturas les llega la voz poderosa de un tenor. Es Miguel Bou cantando en su domicilio, en este lugar con tanto encanto y tan recogido, a espaldas del principal templo de la ciudad. Le da mucho orgullo mantener la voz tan en forma a los ochenta años. «A mi edad, normalmente, la gente ya no puede cantar. Hay excepciones, como Plácido Domingo, pero él es alguien especial. Pero a mí Plácido Domingo me ha felicitado y me ha dicho: ''Maestro, así se canta''».

El tenor de la Catedral explica que cantar no es solo una cuestión de garganta: «La gente suele dejar de cantar a los sesenta y cinco años. Se canta con el diafragma y todo esfuerzo requiere de un punto de apoyo, que es el diafragma. Y si está bien, puedes cantar. Yo tuve una profesora, doña Carmen Martínez, que cantaba maravillosamente y tuve la suerte de encontrarla a los veinte años. Ella me puso la voz en un sitio que ha hecho que siempre la haya tenido bien».

Miguel, aunque a veces se le tuerce la columna hacia un lado al caminar, conserva un buen aspecto y una cabeza tremendamente lúcida. No es solo la voz. El cantante ha cruzado la frontera de los ochenta con buena salud. «Yo he tenido un padre que se murió con ochenta y ocho años y estuvo tocando la trompeta hasta el último momento. Tengo una buena genética. Además, siempre me he cuidado mucho la voz. Nunca he fumado ni me he ido de juerga. Nunca me ha gustado beber. He tenido una vida dedicada a la voz. Y eso, luego, el cuerpo te lo recompensa…». Y para demostrar que está en plena forma recuerda que él ha cantado en la Catedral, durante un homenaje a José Climent, un panis angelicus en el altar mayor sin micrófono. El único problema de salud confesable es que es diabético, como toda su familia, pero Miguel aclara que, si mantienes controlada la diabetes, no es una enfermedad que te limite. «Mi médico dice que me salen los análisis como si tuviera veinte años».

Además de Plácido Domingo también le gusta Alfredo Kraus, a quien conoció tiempo atrás. Otro que, dice, también le llamó maestro. «No me dejo llevar por la vanidad, pero me demuestra que voy por el buen camino». También tuvo oportunidad de hablar con Montserrat Caballé. Sus gustos, explica, no son muy sorprendentes. Autores como Verdi, Mozart o Bizet son sus predilectos. Bou los ha cantado a todos.

Una vida devota

Al sacerdote castellonense no le gusta ir a la ópera. Solo ha ido en ocasiones muy especiales, y dice que para escuchar las grandes obras le sobra con las grabaciones que tiene en su casa de la calle Barchilla, donde viven los canónigos. Aquellos edificios los diseñó Vicente Traver, el arquitecto que reconstruyó el Palacio Arzobispal. «Entonces hicieron también estas casas de los canónigos. No es mal sitio para vivir y está a cinco metros del trabajo…», bromea.

Miguel Bou no solo canta. Le gusta escribir poesía, aunque nunca ha querido editar un poemario. «Escribir no es como cantar; aquí dejas una huella impresa, y eso me da más respeto». 

La entrevista ha terminado, pero Miguel tiene el gusto de mostrar la Catedral. En su paseo por la iglesia, por sus rincones, termina de relajarse. Solo le turban las hordas de turistas —«¡Son una plaga!», se queja—. Pero el paseo lo amansa y ya no es el hombre cortante del principio. A cada puerta, saca un grueso manojo de llaves del bolsillo y se cuela por estancias imponentes. Como la sacristía, donde está el reconditorio, el lugar donde se escondían los objetos de más valor. Por este motivo había a la entrada —aún se conserva— una puerta levadiza que convertía aquella estancia en una fortaleza. Como una habitación del pánico de estilo gótico.

El tenor llega a una sala y muestra, a un lado, el retrato de todos los arzobispos de Valencia. Señala a los últimos y cuenta algo de cada uno. Al lado hay una puerta que, al abrirla, inunda de luz ese espacio sombrío y descubre a una monja muy discreta que está manejando con cuidado una plancha antigua y pesada con la que se ayuda para dejar sin una mínima arruga unos paños blancos. Es curioso cómo esos lugares tienen la capacidad de hacernos sentir en otro siglo. De vuelta, pasa junto a dos baldas en las que reposan unos recipientes que se asemejan a unos aceiteros y unas probetas. «Son los santos óleos», informa don Miguel. Son líquidos bendecidos que se usan, por ejemplo, para dar la extremaunción.

Bou es muy cuidadoso con todo. Da la sensación de que tiene más que aprendida la lección de que son veintiséis canónigos y que es mejor, para ahorrarse problemas, no hacer nada que pueda incomodar a los demás. «Somos muchos y cada uno es de una forma», se limita a decir. Luego cierra la puerta y se dirige a la capilla del Santo Cáliz, su lugar favorito de la Catedral. Aunque primero se para y enseña los dos cuadros de Goya dedicados a San Francisco de Borja. «Un hombre que fue duque de Gandia y que renunció a todo para hacerse monje», dice con admiración.

Por el camino recuerda que, de joven, Mercedes Viana le propuso cantar en Mocambo, una especie de club nocturno de la época. Declinó la oferta, claro. Cómo iba él a mezclarse con toreros y cabareteras —«mi padre fue muy claro: si vas, no vuelvas a casa»—. La anécdota ameniza el paseo hasta la capilla de San Pedro, de donde cuelga una llamativa lámpara que, parece ser, era demasiado pequeña para el Vaticano y Alejandro VI decidió enviarla como obsequio a València.

El canónigo-tenor sale por el portal románico y rodea la Catedral hasta llegar a la plaza de la Virgen. Los turistas y los curiosos fotografían el Tribunal de las Aguas. Miguel Bou cruza entre todos y saluda a un miembro del tribunal. Luego vuelve y regresa hasta su domicilio para subir hasta la azotea. Allí, con unas vistas de la Catedral excepcionales, sale la mejor cara de este hombre severo. En esa terraza lo mismo canta que tiende. Hace tiempo llegó a tener quinientas plantas que cuidaba cada día. Pero un año se cansó y se las llevó todas a una casa que se compró en Alberic. Bou cuenta que es un edificio muy especial, del siglo XVII, que tiene hasta una torre. Miguel es ahora un hombre relajado que cuenta su vida mientras canta un mirlo y, de fondo, desde la calle, suena la música de un acordeón alegre. Ha dejado de pensar y se muestra como es. Allá arriba, en esa terraza privilegiada, es un hombre de ochenta años con mucha historia detrás y no el solemne canónigo-tenor que ha llegado con su ristra de títulos pomposos.

Títulos

En una de sus manos destaca un anillo voluminoso. Don Miguel explica que es de una de las numerosas órdenes a las que pertenece, de las Navas de Tolosa. Algunos de sus títulos son exóticos. Bou también es lord Glencairn. «Eso es porque en Escocia, en los años noventa, vendían unos terrenos para extranjeros en la costa y, en una quijotada, compré 10.000 metros, como la plaza de la Reina. En vez de mandarme un recibo, me mandaron un título de lord, que es señor de la tierra». También es mercedario, de la Merced, una orden que se remonta hasta 1218.  El sacerdote cuenta que, por eso, acude todas las semanas a la prisión de Picassent a dar clases de dibujo a los reos. Sus títulos y cargos son numerosos:

 Caballero mayor del Santo Cáliz de la Cena del Señor.

 Caballero comendador de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. 

 Caballer del Capítol  de l'Almoina de Sant Jordi del Centenar de la Ploma.

 Caballero comendador de la Orden de San Clemente y San Fernando de la Catedral de Sevilla.

 Capellán de mérito  de la Sacra y Militar Orden Constantiniana de San Jorge.

 Caballero del Real, Ilustre y Primitivo Capítulo Noble de la Merced.

 Capellán y caballero comendador de la Regia y Militar Orden de San Miguel del Ala (Casa Real de Portugal).

 Capellán del Cuerpo de la Nobleza, del Principado de Asturias.

 Capellán y caballero de la Real Hermandad de Santa María del Puig.

 Capellán y Gran Cruz  de la Hermandad Nacional Monárquica de España.

Caballero Gran Placa, de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V.

Académico de Honor de la Academia Europea Carlomagno de Cultura.

Capellán del Consejo de Gracia de la Orden de Santa María de España (Cartagena).

Capellán mayor de la Asociación Unidad Militar de Reservistas de las Fuerzas Armadas de España R.R.T.T.

Miembro de la Unidad Nacional de Escritores de España.

Ordenado sacerdote en 1977.

Canónigo y tenor solista por Oposición de la Santa Iglesia Catedral de Valencia.

Caballero de Infanzones del Reino de Valencia. 

 Profesor emérito de Canto del Conservatorio Superior de Música de València.

→ Profesor de Fagot,  Banda Municipal de Castellón. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 104 (junio 2023) de la revista Plaza

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