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museo de el patriarca

Un viaje de cuatrocientos años de historia

Muchos valencianos solo conocen el cocodrilo de la entrada, pero este museo esconde hermosos secretos: desde su valiosa pinacoteca hasta varias bibliotecas con 30.000 documentos, códices, incunables...

| 18/03/2021 | 12 min, 30 seg

VALÈNCIA. El hombre que custodia la entrada del Museo del Patriarca siente cierto apuro cuando es sorprendido con un bocadillo de tortilla francesa sobre un plato de cerámica en la pequeña mesa de madera donde pasa la mañana. Se limpia la boca rápidamente y llama al director, Daniel Benito, que lleva al frente de este reducto del arte desde que murió su antecesor, el erudito Vicente Vilar, hace varios lustros. Atravesar la puerta desde la calle de la Nau equivale a dar un salto de cuatrocientos años en el tiempo, un salto a finales del siglo XVI y principios del XVII. Porque ese edificio, prácticamente una manzana entera, que ordenó levantar Juan de Ribera cuando fue nombrado arzobispo de Valencia ha sido poco contaminado por el presente, por la modernidad.

Daniel Benito, que es profesor de Historia del Arte en la Universitat de València, va encendiendo las luces del museo para hacernos una visita con el mejor guía que existe: su director. Y, en cuanto brillan las bombillas, cobran vida obras fantásticas de mujeres y hombres de otro tiempo. «Esta primera sala son fundamentalmente tablas. Es la más antigua y tiene cosas de Juan de Juanes. O una Anunciación que es de los mismos pintores que los de las famosas puertas del retablo de la Catedral de València. Y luego está esta curiosidad —una cruz de madera de boj que contiene cuarenta y cuatro escenas religiosas—, una talla hecha por un monje ortodoxo. Existen pocas de este tipo. Hay una en el Metropolitan de Nueva York. Son muy especiales», explica mientras coge una lupa que hay encima de la urna para ver con precisión las minúsculas virguerías que contiene sobre la vida de Cristo.

La siguiente sala se centra en la época en la que Juan de Ribera estuvo de obispo, en su juventud, en Badajoz. «La parte más importante es la del Greco, y de los tres que hay, La Natividad. Luego están otras obras que pintaba para él el extremeño Luis de Morales, que de los españoles contemporáneos, era el más cercano a lo italiano. Esto forma parte de un tríptico cuya fragmento central está en otro lugar. Es una pieza importante que ha viajado varias veces a Italia. Y luego una especialmente importante en sí misma es una tabla de Mabuse que ha estado en Nueva York, Londres, Italia… Esta es espectacular por su tamaño y su calidad. Es una de las piezas más importantes del museo».

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No solo hay pinturas, tallas o esculturas. De repente, nos encontramos con una mesa pequeña, un ‘pastelito’ de mesa que apareció cuando se construyó el edificio y se demolieron las casas viejas. «Pensamos que proviene de la sinagoga que tenían los familiares de Luis Vives: su primo, su tío y su tía, que tenían una sinagoga clandestina que luego fue denunciada y descubierta por la Inquisición. Ellos fueron quemados, la sinagoga derruida y, cien años después, cuando Juan de Ribera compra estas manzanas para construir el edificio, aparece».

A su lado hay otra con una llamativa arqueta de carey. «Esta también es importante, pero sobre todo para los ingleses, porque en esta cajita de concha de tortuga se guarda este librito, La agonía de Cristo, que escribió Tomás Moro cuando estaba preso por Enrique VIII en la Torre de Londres. Escribió este libro sobre la tristeza de Cristo en Getsemaní, en el huerto de los Olivos, comparándola con su propia tristeza. La sacó escondida entre las faldas de su hija y llegó a España cuando Felipe II fue nuevo rey de España. Es una pieza muy excepcional que los historiadores ingleses se quedan alucinados de que esté en València».

benito va señalando unas réplicas de caravaggio, las obras de francisco de ribalta o un enorme mapamundi

Paso a paso, van apareciendo joyas de diversa índole. Benito, que mide casi 1,90 metros, avanza a grandes trancos mientras la goma de la suela de sus zapatos chirría cuando tracciona contra el suelo de mármol. Va señalando unas réplicas de Caravaggio, las obras de Francisco de Ribalta o un enorme mapamundi de finales del siglo XVI, cien años después del descubrimiento de América, donde están plasmados todos los conocimientos geográficos que había en tiempos de Felipe II. «Es curioso que este mapa lo redacta y lo hace un cartógrafo holandés, pastor protestante, prácticamente enemigo, y se dio orden de destruirlo. Es una pieza única y aquí se preservó. Tiene observaciones de los exploradores dentro de un recuadro o notas sobre animales…».

Benito se detiene en una de las últimas salas junto a una de las numerosas reproducciones que hay por la casa de la fantástica escultura sedente de Juan de Ribera que preside el claustro. Es de barro medio cocido, no una terracota completa. «Es muy frágil y expresa los rasgos más característicos de Mariano Benlliure —autor de sendas obras—, ese virtuosismo textual. Cuando uno piensa en escultura piensa más bien en volúmenes, en huecos, y la textura corresponde más a la pintura. Así que es una escultura casi pictórica. Mira los vestidos del personaje: la sotana parece de lana, luego otra prenda es de lino, otra de seda… Conseguir todos esos efectos solo con barro… Es lo específico de la obra de Benlliure. A partir de este boceto, lo talla él en mármol de Carrara, viene de Roma y se monta aquí en 1896 sobre un pedestal de otra persona». La obra ocupa el lugar que durante años correspondió a una fuente con una escultura romana que la leyenda bautizó como La Palletera.

Restaurar... cuando se puede

El director sale del museo y después se dirige a una capilla que conecta con la entrada principal, donde las paredes están adornadas con unos tapices imponentes. Son unos tapices flamencos del siglo XV y hace unos años fueron restaurados gracias a Iberdrola. «Esto es mucho más caro de restaurar que los cuadros. Nosotros hemos podido restaurar alguna pintura en los préstamos internacionales que hacemos, como un servicio a cambio de la cesión. Esto en concreto fue posible gracias a Manuel Marín, el que fue presidente del Congreso de los Diputados y de la Fundación Iberdrola. Son del paso del XV al XVI y se hicieron en el taller de Bruselas».

Todo esto es parte del vasto legado de Juan de Ribera (1532-1611), incluido el Real Colegio Seminario Corpus Christi. El patriarca era hijo ilegítimo de Perafán de Ribera, un noble sevillano, duque de Alcalá, marqués de Tarifa y virrey de Cataluña y después de Nápoles, que lo educó con su hermana en la casa de Pilatos, en Sevilla. Después lo mandó a la Universidad de Salamanca. Allí estudió Teología.

«Él quería ser profesor. Le interesaba la escritura y era la época de Erasmo de Rotterdam, Carlos V, los erasmistas españoles, la reforma protestante. Pero a su padre lo de profesor universitario no le pareció que tuviera suficiente categoría, así que movió Roma con Santiago para que le hicieran obispo. Y le nombraron obispo de Badajoz con treinta años. Lo hizo bastante bien. En el concilio compostelano el primer punto a tratar era la casa del obispo: tipo de casa, de criados, de coche… Y él, que era el más joven, intervino y dijo que lo que había que tratar era qué tenía que hacer el obispo. Eso llamó la atención en Roma», explica Benito.

Juan de Ribera no quería moverse de Badajoz pero su padre utilizó su influencia para que Pío V lo nombrara arzobispo de Valencia, donde un tercio de los cerca de 50.000 habitantes de la ciudad era población morisca. «Era una diócesis muy grande, con muchos problemas de carácter político. Llegó en 1569 y murió en 1611. Durante esos 42 años de pontificado dejó una huella muy importante. Él quería reformar el clero y crear este colegio mayor para que cruzaran la calle y estudiaran en la universidad. Para formar a los hombres con los que llevar a cabo su reforma. Igual que hace la capilla, que es mucho más que una capilla, con ánimo de reformar los abusos que se veían en la práctica del culto. Va reformando el clero secular, a los párrocos, y también el de las órdenes religiosas porque había algunos conventos que estaban muy relajados. Quería gente más estricta; más cumplidora y menos dejada».

la primera piedra se colocó en 1686 y la capilla se inauguró, aprovechando una visita de felipe iii a valencia

El asunto más candente fue la expulsión de los moriscos. Él no quería, pero le vino impuesta por el bando de expulsión de moriscos y mudéjares del territorio valenciano, publicado el 22 de septiembre de 1609 en el reinado de Felipe III. Los echaron entre 1609 y 1610 sin importar su fe o su arraigo a este reino. «Como obispo, él es responsable de la salvación de los que están a su cargo. Entonces, para él, aquello fue una condena de montones de inocentes y mentalmente supuso un choque muy duro. No podía descargar su conciencia porque, aunque había sido obligado, tendría que haberse levantado contra el rey y haberla montado. Mis colaboradores de la Universidad aseguran que, en cierto modo, fue una trampa de Felipe III y su valido para maquillar que había hecho las paces con los protestantes de Holanda. Un auténtico follón».

El caso es que la expulsión fue entre 1609 y 1610 y él muere el día de Reyes de 1611 con 78 años. Juan de Ribera dejó todos sus bienes al colegio, que vendió todo aquello que no era de carácter religioso. Y eso, junto a donaciones que han recibido a lo largo de los siglos, son los fondos del Patriarca. «Intentamos exponer todo lo que tenemos de más valor. Igual que, en la sala de abajo de los investigadores, pretendemos hacer accesible todo ese material documental. Queremos hacer accesible el patrimonio».

Lagartos del Caribe

Daniel Benito no para de caminar. Ahora ha cogido unas llaves enormes y sube por las escaleras de piedra hasta una sala donde hay una vitrina con un montón de Biblias de todos los tamaños. Era una de las obsesiones de Juan de Ribera y por eso aprendió, además de griego y latín, hebreo y arameo.

Otra era la Zoología. Y en la quinta que poseía en lo que hoy es la calle Alboraya, entonces una finca en medio de la huerta, tenía una gran colección de animales. Uno de sus sobrinos, virrey de Perú, le envió dos lagartos del Caribe. La hembra murió rápidamente, pero el macho sobrevivió con él, célibes los dos, y falleció solo tres años antes que Juan de Ribera. Hoy, el cocodrilo -un crocodylus acutus-, que está disecado y colgado de la pared de la sala que hay antes de la iglesia, un lugar donde aún se puede escuchar misa en latín, es más célebre que el propio museo.

El museo fue inaugurado en 1959, poco antes de la canonización de Juan de Ribera por el papa Juan XXIII. El arzobispo, además de su vivienda en València y de la quinta extramuros en Alboraya, tenía una tercera residencia en un pequeño castillo, con su jardín alrededor, que compró en Burjassot. «Cuando vino la desamortización eclesiástica, este castillo se puso a la venta, pasó por diferentes propietarios y, finalmente, acabó en manos de una mujer, que no recuerdo el nombre, muy rica, madrileña, que vivía en hoteles. Pretendió devolverla al colegio y aquí le propusieron que hiciera otro colegio. Fue cuando gestionaron en 1916 la fundación del colegio San Juan de Ribera de Burjassot, que está pensado un poco para estudiantes que no fueran de Teología. Este, el del Patriarca, es desde su fundación un colegio mayor para estudiantes de Teología que van a ser sacerdotes y el otro se concibió para profesiones civiles. Familias sin recursos con hijos que son brillantes; se les paga todo. Antes iban solo los hombres y desde hace unos años ya se ha conseguido que entren también las mujeres».

la documentación la recuperó el doctor tortosa cuando vio que el papel se vendía como envoltura para tramussos

Benito sigue con su paseo por todo el colegio. En el comedor huele a comida. En una biblioteca, a humedad. En otra, la más próxima al flanco de la iglesia, a incienso. Aromas que te permiten fantasear con otra época, con los dominios casi inmaculados de Juan de Ribera. Y eso es especialmente fácil en el archivo, atiborrado con 30.000 documentos. Tantos que varias salas unidas por puertas contiguas están literalmente forradas de libros de arriba abajo. Un escenario digno de El nombre de la rosa. Toda esa documentación la recuperó el colegial perpetuo doctor Tortosa cuando estaba viendo, en 1803, que el papel se estaba vendiendo como envoltura para las especias o los tramussos.

En la biblioteca hay cinco mil volúmenes, y otra más, la de los colegiales, cuenta con cerca de dieciséis mil. Algunos son de gran valor, como los 2.651 de los siglos XVI y XVII, o los códices minados, incunables casi desconocidos o interesantes manuscritos.

Un edificio impregnado de historia. La primera piedra se colocó el 30 de octubre de 1686 y la capilla se inauguró, aprovechando una visita de Felipe III a Valencia, el 8 de febrero de 1604. En el siglo XX muchos padres llevaban de la mano a sus hijos a ver el cocodrilo del Patriarca, pero muchos se iban sin pisar el museo. «Venían y le decían a los niños aquello de 'Si no te estás quieto y calladito, en la panza del cocodrilo te verás'. Pero en 2011, en el cuarto centenario de la muerte de san Juan de Ribera, hicimos una gran exposición, se restauró un poco el museo y comenzó a venir más gente. Pero, claro, ahora ha vuelto a bajar la afluencia». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 77 (marzo 2021) de la revista Plaza

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